En nuestro camino espiritual, todos enfrentamos momentos de miedo y obstáculos. Es fácil sentirnos abrumados y desear quedarnos en un lugar de comodidad, evitando los desafíos que se nos presentan. Sin embargo, es precisamente en esos momentos cuando debemos sostenernos en nuestra fe y confiar en Dios para avanzar más allá de nuestras limitaciones.
La transfiguración del Señor es un poderoso recordatorio de esta verdad. En el monte Tabor, Jesús se mostró en toda su gloria a Pedro, Santiago y Juan. La experiencia fue tan asombrosa que Pedro, impresionado por la visión divina, exclamó: “¡Qué a gusto quedémonos aquí!” (Mateo 17:4). Pedro, al igual que muchos de nosotros, quería quedarse en ese lugar de paz y gloria, evitando así las dificultades del mundo.
Pero Jesús sabía que no podían quedarse allí. Su misión no era escapar de la realidad, sino transformarla. Al igual que Jesús y sus discípulos, nosotros también debemos descender del monte y enfrentar los retos que la vida nos presenta. Es en el descenso, en la lucha diaria y en la superación de los obstáculos, donde verdaderamente crecemos y avanzamos espiritualmente.
Avanzar espiritualmente significa tener el valor de seguir adelante, incluso cuando el camino es difícil. Es confiar en que Dios nos sostiene y guía, más allá del miedo y de los obstáculos. Es tener la fe de que, aunque el camino sea incierto, no caminamos solos. Dios está con nosotros, iluminando nuestro sendero y fortaleciendo nuestra fe.
Así que, cuando te sientas tentado a quedarte en tu zona de confort, recuerda la transfiguración y la invitación de Jesús a seguir adelante. Confía en Dios y avanza con fe, sabiendo que cada paso que das te acerca más a Él y a la realización de tu propósito divino.