Han pasado más de 15 años desde que comencé este camino, y aún recuerdo perfectamente el momento en que todo empezó. Fue con un libro. El arte de la vida sana, de Karina Velasco. Lo tomé en mis manos sin saber que iba a transformarme. No hablaba solo de comida o de rutinas físicas. Hablaba de volver al centro, de escuchar al cuerpo como un templo, de reconocer la energía que somos y cómo vivir en coherencia con ella. Aquel libro fue una puerta, una invitación suave pero profunda a cuestionar mis hábitos, mis pensamientos y mi manera de habitar el mundo.
Desde entonces, ese concepto —el arte de la vida sana— se convirtió en un principio rector de mi camino espiritual. Comprendí que una vida sana no es perfección ni rigidez, sino armonía. Es saber cuándo descansar, cuándo decir no, cuándo perdonar, cuándo alimentar el alma con silencio y cuándo celebrar la vida con gratitud. Es entender que cada decisión, desde lo que como hasta lo que pienso, crea una frecuencia en mi interior que expando hacia afuera.
A lo largo de estos años, he explorado muchas herramientas: yoga, alimentación consciente, meditación, respiración, oración, prácticas energéticas… pero el verdadero arte ha estado siempre en volver al amor. En elegir la paz en lugar del conflicto. En sostenerme con ternura cuando caigo. En volver a escuchar esa voz interna que nunca deja de guiarme. El cuerpo, el alma y la mente no están separados; están danzando juntos todo el tiempo. Y una vida sana es aquella que honra esa danza.
Hoy, después de tantos años de aprendizaje y desaprendizaje, de momentos de claridad y también de sombra, miro atrás con gratitud. Porque cada paso, cada lectura, cada silencio y cada lágrima han sido parte de esta obra en construcción que soy. Y sigo aprendiendo, sigo eligiendo, sigo confiando. Porque como dice Un Curso de Milagros, “no hay camino más santo que aquél que recorres con otros para recordar a Dios”.
El arte de la vida sana no es una meta, es un camino. Y hoy te invito a recorrerlo conmigo, no desde la exigencia, sino desde el amor. No desde la culpa, sino desde la conciencia. Porque mereces sentirte en casa en tu cuerpo, en tu mente y en tu espíritu. Porque el arte de vivir bien comienza con la decisión de volver a ti.